Maricruz Gómez López
UAM-Xochimilco
El contexto político, social y
económico actual favorece la competencia por alcanzar el éxito profesional,
entendido como sinónimo de riqueza económica, prestigio y relaciones sociales
que facilitan el ascenso en la jerarquía, que conduce a las personas a vender
el tiempo destinado al trabajo, esparcimiento y descanso y a aplicar
estrategias como: la institucionalización de los “favores morales”, que implica
acciones violentas en contra de quien es considerado un obstáculo o diferente,
afectando los niveles social, organizacional, familiar, personal y por supuesto
la salud mental y física de las personas que viven situaciones de violencia y
malestar en éste ámbito.
Existe un tipo de violencia que se ejerce de forma
“sutil” en las relaciones interpersonales cotidianas que debido a que no “deja
huella” a diferencia de la agresión física, es difícil de identificar para las
personas que la viven. No obstante, sus efectos en la salud se resienten y con
frecuencia se relacionan con estrés laboral, ocultando la relevancia del
ambiente, en las organizaciones, en el desarrollo de trastornos psicosomáticos
y mentales. Por lo antes expuesto, la revisión de los principales términos que
describen la violencia en el lugar de trabajo ─ mobbing, acoso psicológico y moral─, y los hallazgos relacionados
con los efectos en la salud de las y los trabajadores es importante para la
comprensión e indispensable para contribuir al reconocimiento y prevención de
dicho fenómeno.
Por lo ya dicho, surgen las
siguientes preguntas: ¿cómo se ha estudiado
la violencia en el trabajo?, ¿existen convergencias y divergencias entre los
principales enfoques? y a partir de los estudios realizados ¿cuáles son los
principales efectos de la violencia en la salud de las personas que trabajan? Así,
el objetivo del presente ensayo es exponer las convergencias y divergencias
entre los términos: mobbing, acoso
psicológico y moral y los efectos de este tipo de la violencia en la salud. De
este modo, en el presente texto se exponen los enfoques y conceptos que se han
aproximado al fenómeno de la violencia en el trabajo y posteriormente se
presentan, a partir de los resultados obtenidos por investigadores como Marie-France
Hirigoyen (2001), Gabriela Victoria Alvarado (2009), Florencia Peña Saint
Martín y Sergio G. Sánchez Díaz (007); y Jesús Felipe Uribe Prado (2011), los
efectos en la salud de las y los trabajadores.
Aproximaciones
al fenómeno de la violencia en el trabajo
La principal dificultad para estudiar y delimitar la
violencia radica en que para darle sentido, cada persona recurre a sus propios
referentes culturales, sociales y en ocasiones, a su historia de vida. No
obstante, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) consideró que en el
ámbito laboral la violencia física y psicológica han alcanzado dimensiones que
rebasan fronteras, entornos y grupos profesionales, por lo que calificó a algunos
centros de trabajo y profesiones como de “alto riesgo” (Uribe, 2011, p.47-49).
Por otra parte, el término mobbing[1] fue
retomado por Peter-Paul Heinemann para describir la conducta hostil entre pares
que puede llegar a la agresión física, en el ámbito escolar. Posteriormente,
Heinz Leymann lo definió como un fenómeno en el espacio laboral que tiene su
origen en un conflicto resuelto inadecuadamente que desemboca en actitudes
ofensivas, hostiles, frecuentes y repetidas dirigidas siempre a la misma
persona y que conducen a su marginación, por lo que lo consideró una forma
grave de estrés psicosocial y enfatizó las consecuencias psicológicas de éste
(Hirigoyen, 2001, p. 69-70; Peña y Sánchez, 2007, p. 828-829). En México, para
Florencia Peña y Sergio Sánchez (2007, p. 828-832) este fenómeno no implica agresión
física porque es una forma de acoso psicológico que dos o más personas ejercen
sobre otra ─víctima─, de manera consciente, prolongada y recurrente. Dichos
autores consideraron que el objetivo de las conductas es estigmatizar a la
víctima para destruirla moralmente[2]
utilizando estrategias como: críticas, amenazas, injurias, calumnias, chismes y
desprestigio y concluyen que el mobbing
es característico de entidades con una organización de trabajo altamente
burocratizada y carente de normatividad e instancias para resolver conflictos
interpersonales[3].
El acoso psicológico en el trabajo es una aproximación
organizacional en la que autores como Bernardo Moreno Jiménez y sus
colaboradores (2004)[4]
consideraron que los antecedentes organizacionales y las características
personales y socio-demográficas intervienen afectando tres niveles: individual,
organizacional y social. No obstante, para Stale Einarsen y Lars Johan Hauge
(2006)[5]
es un conjunto de conductas negativas continuas dirigidas contra una o varias
personas que puede clasificarse en cuatro etapas: las conductas agresivas
─sutiles e indirectas─, el acoso ─acciones directas como la humillación y la
ridiculización─, la estigmatización ─por ejemplo, promover la imagen de que la
víctima es una persona problemática─, y el trauma severo en el que culmina el
proceso y provoca en la víctima síntomas de estrés y trastornos psicosomáticos
(Einarsen, 1999)[6].
En contraste, Marie-France Hirigoyen (2001, p. 19)
propuso el término acoso moral[7]
que conlleva una toma de postura que considera lo que es aceptado y rechazado
socialmente desde una perspectiva ética y moral, por lo que no se restringe
sólo al ámbito psicológico y lo define como toda conducta abusiva ─gesto,
palabra, comportamiento o actitud─, que atenta, por su repetición o
sistematización, contra la dignidad o integridad psíquica o física de una
persona, poniendo en peligro su permanencia en el empleo o degradando el
ambiente laboral. Para esta autora el origen del acoso moral es un conjunto de
emociones inconfesables como: la envidia[8],
el miedo[9]
y la valoración negativa de la diferencia, que se apoya en aspectos que
difícilmente pueden modificarse ─por ejemplo, el género, la raza o el origen
socioeconómico─, y se manifiesta en la discriminación y la estigmatización de
las personas consideradas distintas y por tanto indeseables. Lo anterior
justifica el empleo de estrategias como: el aislamiento, el ataque personal
encubierto[10],
la pérdida de sentido[11],
la intencionalidad[12]
y la agresión consciente e inconsciente. Así, los comentarios y actitudes
machistas o sexistas que atacan la feminidad, mediante insultos y pseudopiropos
sexuales, o la identidad sexual y la virilidad al llamar a un hombre “maricón”
o “niñita”, muestran que este tipo de violencia afecta tanto a hombres, como a
mujeres, pero de distinta manera (Hirigoyen, 2001, p. 53; Zúñiga, 2008, p. 185).
Los
efectos en la salud física y mental
De acuerdo con los resultados obtenidos en estudios
realizados por Alvarado (2009), Hirigoyen (2001), Peña y Sánchez (2007) y Uribe
(2011) la manifestación de trastornos psicosomáticos en personas expuestas a
este tipo de violencia ha sido frecuente. En la práctica terapéutica Hirigoyen
(2001, p.141) observó que las personas manifestaban problemas digestivos[13],
endócrinos[14],
enfermedades de la piel y malestares relacionados con el ámbito
mental-emocional[15],
por lo que explicó que el cuerpo acusa la agresión antes que el cerebro, que se
niega a ver lo que no consigue comprender. Así, el cuerpo se convierte también
en consciente del traumatismo y evidencia el Síndrome de Estrés Postraumático
(SEP) que puede manifestarse mediante efectos comportamentales (autoagresión,
trastornos alimenticios o aislamiento social), psicosomáticos (dolores
musculares, migraña, dermatitis, problemas gastrointestinales, pérdida de
cabello, hipertensión arterial y pérdida de equilibrio), y psicopatológicos
(ansiedad, trastornos de sueño, falta de concentración y atención, miedo,
hiperreactividad, inseguridad, cambios bruscos en el estado de ánimo, apatía e
introversión) ( Uribe, 2011, p. 198). Sin embargo, con frecuencia, las y los
médicos no relacionan dicha sintomatología con el acoso laboral porque en
primera instancia es tratada con automedicación y cuando se acude a consulta la
vinculan con periodos de estrés laboral, sin que consideren relevante el
ambiente o las condiciones de trabajo (Hirigoyen, 2001).
Conclusiones
De lo antes expuesto es importante resaltar que el
estudio de la violencia en el lugar de trabajo, a partir del binomio
víctima-victimario, fija posiciones que implican que quien acosa tiene plena
conciencia de que causará un daño, clasificándolo como un sujeto de
personalidad perversa y sádica; mientras que la persona acosada aparece como
carente de las habilidades y capacidades para enfrentar la situación. Así, es
indispensable retomar para el estudio de este fenómeno aspectos de índole
cultural, por ejemplo, los estereotipos que apoyan conductas fundamentadas en
prejuicios que validan el trato desigual y violento.
Los resultados presentados por los estudios revisados
permiten afirmar que los efectos de la violencia laboral se manifiestan en
cuatro niveles: social, organizacional, familiar y personal. No obstante, la
repercusión en la salud es relevante porque pueden desembocar en conductas
autodestructivas como las adicciones y el suicidio.
La violencia en el trabajo se manifiesta en acciones
cotidianas que aparecen como “normales” o “naturales”, se fundamenta en ideas
que apoyan la discriminación y estigmatización de las personas y grupos y se
expresa mediante el lenguaje en forma de chistes, comentarios hirientes o mal
intencionados, entre otros. Tales características dificultan que las personas
puedan identificarla y mostrarla provocando en ellas confusión y angustia. De
este modo, el estudio de los mecanismos culturales que validan la violencia
hacia sujetos considerados diferentes es indispensable para dar cuenta, de
manera más profunda, de la forma en que la cultura y la ideología apoyan la
desigualdad, la discriminación y la agresión en el ámbito laboral.
Referencias
Alvarado, G. V. (2009). Violencia
laboral y panoptismo telemático walmartiano. Estudio de caso: el trabajador de
sistemas en Wal-mart México. En Peña Saint Martin, y Sánchez Díaz, S. G.
(Coords.), Testimonios de mobbing. El
acoso laboral en México, (225-245).
México: Ediciones y Gráficos EÓN, Escuela Nacional de Antropología e Historia,
Instituto Nacional de Antropología e Historia, Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes.
Hirigoyen, M. F. (2001). El acoso moral en el trabajo. Distinguir lo
verdadero de lo falso. Barcelona: Paidós.
Peña Saint Martin, F., y Sánchez Díaz,
S. G. (2007). El mobbing y su impacto
en la salud. Estudios de Antropología Biológica, 13 (2), 823-845. Recuperado de http://revistas.unam.mx/index.php/eab/article/view/26420.
Uribe Prado, J. F. (2011). Violencia y acoso en el trabajo. Mobbing.
México: Manual Moderno, Universidad Nacional Autónoma de México.
Zúñiga Elizalde, M. (2008). Violencia en
el trabajo. La cultura de la dominación de género. En Castro, R. y Casique, I.
(Eds.), Estudios sobre cultura, género y
violencia contra las mujeres, (173-196). México: Universidad Nacional
Autónoma de México, Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias.
[1]
Cabe señalar que en inglés es el gerundio del verbo to mob, que significa literalmente: atacar, se traduce como:
regañar, maltratar o asediar y se define de manera global como un fenómeno de
grupo e implica formas severas de acoso en las organizaciones. En México, los
grupos de investigación sobre el tema de la violencia laboral tienen como
antecedentes principales los estudios realizados por investigadores como Heinz
Leymann y Marie-France Hirigoyen y se caracterizan por utilizan de manera
indistinta los términos acoso moral, psicológico y mobbing, por lo que es difícil hallar literatura que reporte
efectos en la salud referidos de manera exclusiva a alguno de estos conceptos.
No obstante, autores como Florencia Peña y Sergio Sánchez (2008, p.187-188),
clasifican el mobbing como una forma
de acoso psicológico, debido a que con frecuencia los ataques no son de
naturaleza física. En contraste, Hirigoyen (2001, p.77) explica que el mobbing corresponde a las persecuciones
colectivas y a la violencia que se desprende de la organización, mientras que
el acoso moral en el trabajo se refiere a agresiones “sutiles”, es decir,
difíciles de advertir y probar.
[2]
La destrucción moral para estos autores implica el aislamiento y el menoscabo
de la seguridad, autoafirmación y autoestima, que provocan en las personas
sentimientos de soledad, malestar, angustia, incertidumbre, culpa y confusión
(Peña y Sánchez, 2007).
[3]
En las que priva el desinterés, la carga excesiva de trabajo y la presencia de
jerarquías poco claras acompañadas de liderazgos espontáneos no oficiales que
detentan y defienden el poder informal.
[4]
Citados por Uribe, 2011, p.71.
[5]
Citados por Uribe, op. cit., p. 55.
[6]
Citado por Uribe, op. cit., p. 56.
[7]
Cabe señalar que Hirigoyen (2001, p. 32) consideró que la violencia sexual no
es parte del acoso moral debido a que está calificada penalmente y que el
término acoso sexual es distinto teóricamente del acoso moral, reconociendo que
con frecuencia se pasa de uno a otro.
[8]
Producto de la comparación y fundamento de la rivalidad y competencia entre las
personas.
[9]
Que se transforma en ira y luego en violencia.
[10]
De acuerdo con Hirigoyen (2001) la violencia se vuelve más sofisticada
─oculta─, conforme las personas elevan su nivel educativo.
[11]
La víctima ignora la causa por la que es atacada (Hirigoyen, 2001).
[12]
Es un ataque psicológico que implica la intención de agredir mediante bromas y
que quien lo lleva acabo minimiza su intención e impacto manifestando que la molestia
que causa en la otra persona “no es para tanto” (Hirigoyen, 2001).
[13]
Gastralgias, colitis, diarreas, estreñimiento y úlceras de estómago.
[14]
Problemas de tiroides, desarreglos menstruales o presión arterial elevada que
no puede ser controlada, entre otros malestares.
[15]
Depresión, irritabilidad, estrés postraumático, ansiedad, ataques de pánico,
rasgos paranoicos cambios de personalidad, baja autoestima, miedo, pensamientos
autodestructivos, culpa, remordimientos e ideación suicida, lo que ubica a este
fenómeno como un riesgo de trabajo mortal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario