viernes, 24 de agosto de 2018

El Regalo

En la última fila, mirando al pizarrón sin leer lo que estaba escrito, Ana esperaba impaciente el momento de encontrarse con su padre. Para ella, encontrarse con él siempre era una gran ocasión, porque él viajaba frecuentemente y el tiempo que pasaban juntos le parecía insignificante. Aquello que sentía le impedía entender lo que Miss Maggie estaba tratando de explicarles, escuchaba su voz, pero no entendía sus palabras, como si Miss Maggie hablara en un idioma que le era absolutamente ajeno.
Para Annie, como la llama su padre, él era el mejor del mundo. Pasar la tarde juntos implicaba alegría y sorpresas. Su padre siempre le traía de sus viajes regalos únicos, objetos desconocidos o raros. Cada uno iba ocupando un lugar especial en su colección no sólo porque para ella eran símbolo inequívoco de que su padre siempre pensaba en ella, sino porque le resultaban tan extraños que la hacían sentirse especial.
En aquella aula, la impaciencia que la atormentaba se acumulaba en su estómago, eran esas ganas de salir corriendo para abrazar a su padre y preguntarle ¿qué me has traído hoy? Cuando por fin sonó la campana, Ana tomó su mochila abierta y corrió sin detenerse hasta la puerta, mirando alrededor, buscando a su padre. Cuando sus miradas se cruzaron ella corrió para saludarlo de forma efusiva, su padre tomó su mano izquierda y le entregó un objeto que le pareció tan extraño que no lo supo interpretar, lo miró con curiosidad, lo pasó de una mano a otra, observó que tenía una cuerda que se ajustaba perfectamente a su dedo medio.
Intrigada, tiró de la cuerda para saber qué sucedía y el objeto se abrió, la cuerda estaba atada a uno de los discos y que éstos tenía un hueco en el interior. Se sintió un poco decepcionada; sin embargo sonrió a su padre y le dijo:
─¡Gracias! ¡No tenía uno así! ¡Recordaste que mi color favorito es el azul!─.
La insatisfacción la acompañó durante la comida, también en el cine y mientras su padre le leía un cuento por la noche, se sentía incapaz de decirle a su padre que se sentía triste porque esta vez le había regalado una chuchería que ni siquiera sabía qué era.
Cuando terminó de escuchar el cuento, se despidió, pero no podía dormir. Pensó que en realidad lo más sencillo era preguntar qué era aquello tan extraño y así por fin dormiría en paz. Así, tomó el objeto con su mano derecha, lo miró y le dijo con voz muy sería: ¡vamos! Dime, ¿qué eres?, como es de esperarse el objeto no respondió y Ana muy frustrada lo escondió bajo su almohada.
Sin darse cuenta se quedó dormida y de pronto comenzó a escuchar: ¡clap, clap, clap, clap!, era un sonido extraño, pero armonioso, casi tranquilizador, le pareció que ese sonido se acompasaba con el latido de su corazón. Sintió tranquilidad y felicidad, aquel sonido que escuchaba y el latido que sentía se hicieron uno sólo, ¡clap, clap, clap, clap!.
Maricruz Gómez
Originalmente publicado en: Lectoescritura en Papel y Pantalla

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